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Arona 30 de Septiembre de 2014
Perdí el control
con la borrachera
Hace treinta años, un veintiocho
de septiembre del año 1.994 nació
un niño a las siete de la mañana
en el Hospital Materno de Gran Canaria
y era una época donde de mentiras igual que hoy día en esta sociedad. Antes de escribir esta carta he pensado mucho si escribo o no escribo, pero decido escribir la historia y dentro de cien años volvemos a tocar este tema, si alguien está interesado.

Este niño que está conmigo en la foto cumple treinta años y es mi hijo Yeser, muy guapo y no porque sea el padre. Hoy cuando hablo con él, súper feliz, porque lógicamente lleva treinta años en este planeta absurdo, pero él hasta hoy, lleva viviendo en esta parte del planeta donde puede levantarse cada mañana, desayunar en cualquier casa que decida y tiene muchas, porque puede quedarse con las abuelas, con cualquiera de las tías, en Gran Canaria, en Tenerife. Además tiene la suerte de tener una finca con más de cien naranjeros porque bla, bla, bla y sobre todo tiene salud, lo más importante y para colmo tiene algo que no tiene tampoco precio y es libertad.
Han pasado treinta años desde aquella mañana de un viernes a las siete cuando entro en el hospital y miro aquel cuerpo de cuatro kilos doscientos gramos y caí encima de un sillón con mareos, porque sentí una emoción bestial y desmayé. Desperté con unos médicos dándome agua y animándome. Ese viernes fue importante e inolvidable, y había fiesta en Agüimes al sur de la isla, la fiesta del gofio. Esa noche voy a la fiesta, donde la costumbre es tirarse las personas gofio entre si y es muy divertido. Esa noche es la primera y última vez, que agarré tal borrachera que perdí el control.

Cuando decido irme solo, voy al coche, un Seat Panda rojo, pero no logro meter la llave en la cerradura de la puerta por más que intentaba hacerlo, porque el pedo que tenía era terrible. Un chico acercándose me dice, ¿Vas a robar el coche?, y respondo que el coche es mío, pero aquel chico seguía dando el coñazo con el cuento del robo y solamente recuerdo que voy a la parte trasera del coche y doy cabezazos al cristal, pero luego a él le di también. No recuerdo más de esa noche, porque el sábado al mediodía, despierto en una casa, en una habitación y por más que observo, no tengo ni idea donde estoy. Me levanto, miro por la ventana y veo que estoy en Santa Lucía, sigo paseando por el interior de la casa y veo a Manuel, un amigo profesor, que fue el que me llevó desde Agüimes, hasta Santa Lucía, porque yo no era yo.

Jamás, de los jamaces he vuelto agarrar un pedo de este nivel, porque puede ocurrir lo peor. Y como el protagonista es mi hijo, pues ahí está con treinta años y despido la carta con su frase famosa que no deja de tener razón, “Papá, en esta vida, todo es una mentira”. Es la verdad, más grande que he escuchado. Gracias a las almas, por regalarme ese animal racional y a ustedes por regalarme vuestro tiempo, para contarlo. Un abrazo…

Juan Santana